jueves, 1 de diciembre de 2011

2 - El Cordero de Dios

....Llevaba un manto hecho de pelo de camello, con un cinturón de cuero en la cintura y comía saltamontes y miel silvestre.

2. No dejé de preguntarme qué hacía en ese lugar, qué hacía escuchando a alguien que no era nada. No sé porque muchas veces seguimos falsas ilusiones, ponemos nuestra fe en cosas o personas, y nos olvidamos que al único que hay que creerle es a Dios. Pero había algo distinto en Juan  el Bautista, como le decían.
Por eso los días siguiente volví con una decisión: me dejaría bautizar por Juan. Veía en el bautismo una forma de arrepentirme de mis pecados y una preparación para lo que creía estaba por suceder.
Cuando llegué, quedé impactado al escuchar a Juan el Bautista gritando: Raza de víboras[1]. ¿Cómo acercarme entonces? Me costó tomar valor. Pero cuando me decidí, alguien desconocido se me adelantó acercándose a Juan, que al verlo le dijo: “Este es cordero de Dios que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo.  Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel"[2]
Luego lo miró y le dijo: “Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti ¡Y eres tú el que viene a mi encuentro!
Entonces el desconocido le respondió:
- Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo.
 Los ojos de Juan brillaban de emoción, no pude comprender el significado de la conversación. Qué quería Juan decir con esas palabras, quién era ese hombre que aunque parecía según Juan  alguien importante, se sometía a ese rito del bautismo.
Quién es, le pregunté a alguien que estaba junto a mí. Es Jesús, el primo de Juan, me respondió. En ese momento no entendía nada, si era el primo por qué decía no conocerlo, por qué lo miraba como si nunca lo hubiese visto.
Cuando por fin salió del agua, Juan se alejó sorprendido exclamando: “He contemplado al Espíritu, que bajaba del cielo como una paloma y se posaba sobre él. Yo no lo conocía pero el que me envió a bautizar me había dicho: Aquél sobre el que veas bajar y posarse el Espíritu es el que ha de bautizar con Espíritu Santo. Yo lo he visto y atestiguo que él es el Hijo de Dios[3].
El desconocido siguió su camino como si nada hubiese pasado, y Juan también se alejó de la muchedumbre. Y yo me quedé con muchas preguntas, muchas dudas.
Largo fue el camino de regreso a casa pensando en todo lo que le diría a mi hermano. Cuándo llegué le conté todo, pero él siguió ocupado en sus asuntos. Luego me miró seriamente y me reprochó:
- ¿Por qué no dejas de soñar? No vez que necesitamos que estés acá. Hay mucho trabajo que hacer. ¿Otra vez siguiendo ilusiones? Ya veremos en que acaban tus sueños.
Quizás fuera un sueño, pero sentía algo inexplicable, como un ardor en el pecho. Tenía que contárselo a alguien, por eso busqué a mi amigo Juan. Él apenas era un muchacho, pero los dos compartíamos las mismas búsquedas. Por eso quedamos que me acompañaría y hablaríamos con Juan sobre ese hombre misterioso.
Esa noche no pude dormir, estaba ansioso, sentía una alegría indescriptible. Algo me decía que por fin había encontrado al Mesías prometido. Yo creía en Juan, y si este señalaba a ese tal Jesús, yo estaba dispuesto a seguirlo.
Toda la mañana siguiente estuvimos pescando, pero mi mente estaba en las orillas del Jordán, tratando de recordar ese rostro desconocido.  En cuanto acabamos, marché con mi amigo Juan en busca del otro  Juan, el que bautizaba.



[1] Mateo 3, 7
[2] Juan 1, 29
[3] Juan 1, 32-34

No hay comentarios:

Publicar un comentario